Cómo mejorar nuestras decisiones vitales

Acabo de terminar de leer la novela «El Conde de Montecristo», el gran clásico de la literatura. Han sido meses de disfrute máximo con esta obra maravillosa llena de aventura, emociones intensas, traiciones, asesinatos y venganza. Además, la novela tiene una enorme profundidad y gran cantidad de enseñanzas que podemos aplicar a nuestra vida.

El protagonista es un joven feliz e inocente que sufre una terrible traición por parte de sus supuestos amigos, que le lleva a ser encarcelado en una prisión en una isla lejana en el mar durante 14 años de su vida, destrozando todas sus ilusiones y proyectos vitales. Durante esos años, aprende lo que es el auténtico sufrimiento humano, y pierde su inocencia para siempre, al tiempo que planea con detalle una venganza sin piedad contra las personas que lo traicionaron si llega a salir vivo de la prisión. Finalmente logra escapar y hacerse con un tesoro inmenso gracias a su compañero de celda, convirtiéndose en un Conde multimillonario y evadiendo la justicia que le persigue. Gracias a su enorme riqueza recorre el mundo y conoce a una gran diversidad de personas influyentes, lo que le permite planificar su terrible venganza durante años. Finalmente ejecuta su venganza meticulosamente, pero se da cuenta tarde de que dicha venganza tiene efectos colaterales trágicos. El Conde llega a dudar y arrepentirse de su venganza, teniendo graves sentimientos de culpa. Se le fue de las manos, en definitiva, ocasionando un sufrimiento innecesario, e incluso la muerte, a personas inocentes.

Uno de los elementos que más me ha interesado de «El Conde de Montecristo» es precisamente el impacto de nuestras decisiones, del que no siempre somos conscientes. Creemos que tenemos el control de las cosas, pero nunca es así, sólo tenemos la ilusión del control. Las decisiones que tomamos, incluso las microdecisiones diarias, extienden su influencia mucho más allá de las consecuencias más obvias e inmediatas. Como le sucede al Conde de Montecristo, por mucha planificación detallada y precisión matemática que tengamos en la ejecución de nuestros objetivos y proyectos, habrá consecuencias en el medio y largo plazo que no hemos previsto, e incluso que nos pueden dejar asombrados.

Cuando tomamos una decisión, estamos liberando una energía que tiene su vida propia, de la que sólo podemos controlar sus efectos a corto plazo. Una vez liberada, como cualquier elemento de la naturaleza, se moverá en unas direcciones u otras, conectando y cruzándose con otras energías liberadas por otras decisiones de personas, a veces desconocidas, o bien las más cercanas en nuestra vida. Esas conexiones darán lugar a nuevas energías liberadas, y por tanto, a consecuencias muchas veces inesperadas e importantes. En resumen, no tenemos el control de las consecuencias de nuestras decisiones.

Eso no significa, por supuesto, que no debamos tomar decisiones. Al contrario, si no tomamos decisiones en nuestra vida, alguien las tomará por nosotros, y eso sin duda será mucho peor para nuestros intereses y necesidades. Lo que me parece importante aprender de esta enseñanza es, en primer lugar, que debemos parar y ser conscientes de nuestras decisiones, con el fin de evaluar si las estamos tomando a consecuencia de emociones intensas que nos nublan el juicio, sean positivas o negativas, o las estamos tomando desde la reflexión pausada. Si nos dejamos llevar a menudo por el torrente emocional, entonces quizá debamos aprender a regular nuestras emociones para no convertirnos en marionetas de ellas, y tomar decisiones menos viscerales que sabemos que tendrán un efecto perjudicial, a corto y largo plazo. En lugar de ello, una estrategia poderosa es guiarnos por nuestros valores, relacionados con el largo plazo y conectados con lo que es realmente importante para nosotros.

Por tanto, para poder tomar nuestras decisiones con mayor sabiduría, y que al menos minimicemos las consecuencias negativas que podamos ocasionar a nosotros y a otras personas, debemos conocer cuales son nuestros valores principales, algo que poca gente ha reflexionado o trabajado con seriedad. Este ejercicio de identificar tus 5 valores principales, jerarquizarlos por orden de prioridad y describir lo que significa para ti cada valor y cómo saber si lo estás cumpliendo, es algo que recomiendo a muchos de mis clientes en un proceso de coaching.

Asumiendo que nuestras decisiones se nos escapan de nuestras manos, y es, en palabras del Conde de Montecristo, la Providencia o Dios quien decide hasta donde llega su influencia (o el azar, según la creencia de cada cual), más vale que empecemos a regular nuestras emociones y a usar el Sistema 2 de pensamiento usando el término del premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, que llama Sistema 2 al pensamiento consciente que activa la corteza cerebral, la parte más evolucionada de nuestro cerebro. Kahneman, en su famoso libro «Pensar rápido, pensar despacio» defiende que en demasiadas ocasiones usamos el Sistema 1 de pensamiento, que extrae de nuestro inconsciente el material para tomar decisiones rápidas, y normalmente precipitadas, al estar desprovistas de una de las capacidades más trascendentales del ser humano, la conciencia. Esto hace que nuestra mente sea demasiado vulnerable a los llamados sesgos cognitivos, que Kahneman explica con detalle en su libro, en base a sus numerosas investigaciones. Dichos sesgos son hatajos que toma nuestra mente cuando opera sin conciencia, es decir con el piloto automático, limitando y reduciendo nuestra claridad y nuestra objetividad, lo cual hace que caigamos en errores de percepción que afectan gravemente a la calidad de nuestras decisiones. Lo peor de todo es que ni siquiera nos damos cuenta de que los sesgos nos están cegando y que nos influyen decisivamente en la toma de decisiones.

En conclusión, tus decisiones son tuyas sólo en parte. Tienes una gran responsabilidad a la hora de tomarlas ya que, lo quieras o no, tendrán consecuencias que no controlas en tu felicidad y tus seres queridos, en las relaciones con los demás, y en el logro de tus objetivos vitales y profesionales. Eso debería hacernos más humildes, al ser conscientes de esta realidad universal que nos transmite el Conde de Montecristo. En lugar de creernos directores generales del universo, cosa que hacemos a menudo, las personas sabias saben que sólo tienen un control limitado, aunque muy importante, sobre sus decisiones y consecuencias. Por ello, debemos tomar las decisiones de manera consciente, especialmente las importantes, y para ello necesitamos parar, y dejar de correr a todas partes como pollos sin cabeza. Cuando estamos estresados y dominados por emociones intensas (rabia, depresión, resentimiento, pero también euforia o alegría extrema), no somos capaces de pensar con ecuanimidad y por tanto, debemos aprender a gestionar nuestras emociones (sí, también es necesario regular las emociones positivas). Y para gestionar las emociones, debemos filtrar nuestras decisiones a través de nuestros valores principales, como he dicho anteriormente, con el fin de amortiguar o reducir los efectos perjudiciales de las decisiones para uno mismo y para los demás.

Por último, aunque no podamos adivinar hasta dónde llegarán los efectos de nuestras decisiones, al menos podemos tratar de predecir o proyectar dichos efectos, para que no nos suceda como el Conde de Montecristo y nos arrepintamos toda la vida de una mala decisión tomada sin los filtros que estoy comentando. A continuación resumo los 5 pasos del proceso de toma de decisiones que recomiendo para evitar los riesgos que he comentado:

  1. Parar y ser consciente de la decisión que voy a tomar para evitar caer en sesgos cognitivos
  2. Tratar de predecir sus efectos y consecuencias a corto y largo plazo
  3. Regular tus emociones intensas (las negativas y también las positivas) para que no te nublen el juicio
  4. Verificar si la decisión es coherente y cumple con tus valores principales (y para ello es necesario tenerlos identificados)
  5. Tomar la decisión y asumir la responsabilidad de sus efectos, incluso de los que no controlamos

Si hemos llevado a cabo este proceso, sólo nos queda aplicar lo que el Conde de Montecristo recomienda al final de la novela a su mejor amigo, con la gran sabiduría alcanzada por todas sus vivencias incluidos su sufrimiento extremo, sus logros y sus errores. Con estas palabras, termina la novela: «Confíar y esperar».

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JAVIER CARRIL
Coach MCC y conferenciante
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